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Clínica-Escuela de Terapia

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El duelo y su proceso

Cada vez parece más complicado pasar por un duelo en una sociedad en la que no se aceptan las emociones negativas y se etiqueta bajo una patología todo lo que se considera fuera de lo normal. Muchas veces es ahí donde los profesionales sanitarios encontramos la mayor dificultad y por ello la pregunta que nos deberíamos hacer siempre ha de ser: ¿Qué es lo normal?. Cada persona es un mundo, y cada persona se desenvuelve en un contexto y bajo unas circunstancias que hacen que sus actitudes y comportamientos tengan sentido. Por ello, cuando perdemos a alguien, respondemos a este hecho dependiendo de muchas circunstancias que rodean al evento; ¿Qué relación teníamos con esa persona?, ¿Cómo falleció?, ¿me pude despedir?, ¿pude ir a su entierro?, ¿Qué pasó días después?, etc. Todas estas preguntas nos pueden dar pistas de si se trata de un duelo “normal” con circunstancias “normales” o, si por el contrario, nos enfrentamos a un duelo que necesita ser tratado para que no nos cree bloqueos en un futuro. Es muy común, en terapia, encontrarnos clientes que no están capaces para hablar el tema de haber perdido a alguien, pues todavía no aceptan el suceso o que incluso hablan de la persona como si estuviera viva.

La terapia, en estos casos, es más que necesaria para acompañar a la persona y ayudarle a encajar el hecho de la pérdida para que pueda seguir adelante y no quedarse estancado. Lo que aquí denomino encajar, es sinónimo de aceptar. La aceptación es la última fase del duelo por el que normalmente pasamos todos los individuos cuando perdemos a alguien. La primera fase es la negación y se manifiesta en forma de frases como “No puede ser verdad”, “cómo ha podido ser”, “no es justo”. Usamos la negación como mecanismo de defensa para decirle a la brutal realidad que se espere, que no estamos preparados para asumir tal golpe. Suele suceder que muchas personas se quedan bloqueadas y tienen dificultad para escuchar, entender, pensar o sentir. A continuación, suele venir el enfado y la rabia ante lo sucedido. La función de esta emoción es, de nuevo, la de protegernos. Nos ayuda a sacar al exterior nuestro malestar y a movilizarnos, a pedir ayuda y a no quedarnos ahogados en el fondo del agujero. La tercera fase es breve, y consiste en negociar mentalmente con la idea de cómo revertir lo ocurrido, haciendo pactos para que lo imposible suceda. Después, llegamos al miedo o depresión y significa que empezamos a tomar conciencia de que la pérdida ha ocurrido y que es irreversible. Nos sumimos en la incertidumbre y en el dolor profundo y sólo tras sentir esta emoción de vértigo a aprender a vivir sin lo perdido es cuando llega la aceptación, que es la última etapa. Aquí, llegamos a ser capaces de entender la pérdida como una parte de la vida, pues estamos continuamente perdiendo cosas. Esas cosas perdidas son piedras del camino que vamos recorriendo, pues no existe camino que no tenga alguna dificultad en su recorrido.

Nosotras, en terapia, tratamos de ayudar a que cada persona recoloque estas piedras en su propio camino.

 

 

 

Sara Benlloch Bueno

Psicóloga General Sanitaria
del Centro de Terapia del Instituto IASE

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